Comé el maní: la tentación es tu entrenamiento
Mi celular tiene prohibida la entrada al dormitorio.
Se había vuelto habitual acostarme con él y perder la noción del tiempo mirando reels y contenido poco productivo. Los ojos me quedaban irritados de la luz en medio del cuarto oscuro, y me costaba cada vez más quedarme dormido.
Así que recurrí a lo que suelo hacer cuando quiero librarme de un hábito: ingeniármelas para que sea más difícil hacerlo. Puse un cargador fijo en el living y empecé a dejar el celular enchufado ahí todas las noches antes de acostarme. Reviví mi Kindle y lo dejé en mi mesita de luz, ocupando el lugar del culpable.
Mi vida cambió.
Ahora me acuesto en silencio y mis ojos se van relajando mientras leo. La lectura se volvió un hábito, ya parte de mi sistema de vida. Y si bien esta técnica, la de “quitar la tentación de la vista”, me ha servido en varias situaciones, me pregunto si no existe un punto en el cual el remedio se convierta en enfermedad...
El otro día leí que en el año 2000, la Academia Americana de Pediatría recomendó a los padres de menores de 3 años no darle maní a sus hijos. Aparentemente, seguir esa recomendación resultó en un aumento notorio de las alergias al maní en niños: pasaron de 0.4% en 1997 a 2% en 2015. Luego se confirmó que todo esto podría haberse evitado exponiendo a los niños al maní desde chiquitos. El estudio que cambió todo mostró que introducir maní en la infancia reducía el riesgo de desarrollar alergias en más del 80%.
Es decir que, a primera vista, evitar el alimento parecía ser lo más saludable. Pero el tiempo demostró que no exponerse eventualmente resultaba en un mal mayor.
¿No habrá algo parecido entre evitar el maní y la idea de “ocultar nuestras tentaciones”, como hice con el celular?
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Algo que noto es que, si bien uso menos el dispositivo cuando me acuesto, sigo usándolo en exceso durante el día. Son variadas las ocasiones en las que caigo en la compulsión: haciendo fila en el supermercado, viajando en un ascensor o esperando que se cocinen los fideos. La Bestia Compulsiva sigue al mando, solo que ya no frecuenta ciertos hábitats como el dormitorio.
Prohibir el ingreso al celular no fue una solución al problema raíz, sino más bien una “curita”. Beneficiosa, ni que hablar, ya que gracias a eso hoy leo más, aunque, en la misma línea que la restricción del maní, parece estar acentuando el comportamiento en otros contextos de la vida.
¿No será mejor tomar el control de nuestros impulsos?
¿Exponernos a ellos con la consciencia de un Encantador de Bestias para que, poco a poco, aprendamos a domarlos?
En lugar de:
- Dejar el celular en el living para evitar usarlo en el cuarto
Ser capaz de:
- Tenerlo en la mesita de luz y, aún así, elegir leer un libro
En lugar de:
- Eliminar las redes sociales para no caer en agujeros negros de procrastinación
Ser capaz de:
- Usarlas de forma medida y enriquecedora
En lugar de:
- Evitar reuniones sociales porque estamos a dieta
Ser capaz de:
- Ir al evento, tomar agua y saltear el postre
Por ahí hay situaciones en las que realmente sea necesario alejarnos de algo. Casos como adicciones severas u otras situaciones extremas.
Pero cuando lo que buscamos es simplemente adoptar hábitos productivos y saludables, cuando queremos que La Bestia Compulsiva no nos domine en el día a día, me pregunto si comer el maní no será la mejor estrategia.
Porque si no, al final es como si estuviéramos generando un cuarto repleto de algodones, donde todo lo que podría lastimarnos queda escondido detrás del blanco acolchonado. Ahí dentro funcionamos a la perfección. Sin riesgo. Sin preocupaciones.
Pero el día que nos toca salir de ese cuarto nos damos cuenta de que estamos peor que antes: nos acostumbramos al comfort. Al flow en condiciones perfectas. Y cuando volvamos al mundo real, donde las tentaciones están a la vista y nadie acolchonó nada para protegernos, ella nos estará esperando...
Sin que tengamos armas para enfrentarla.
— Rodri
Para masticar...
¿Qué pasaría si dejaras de esconder la tentación y empezaras a entrenar con ella?