Lo que nunca se va

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Luego de más de tres años impulsando Para masticar, puedo decir que hay un estado mental que predomina.

Genera dudas y miedos. Parálisis. Provoca noches de desvelo buscando respuestas.

Es lo mismo que siente un emprendedor que se juega todas sus fichas por su iniciativa. O un líder que se expone al impulsar un cambio cultural novedoso en su organización.

Y lo peor de todo es que, aunque no me considere sabio como para predecir el futuro, algo en mi cuerpo asegura que, mientras siga viva esta iniciativa, ese estado nunca desaparecerá.

Ese estado tiene un nombre: Incertidumbre.

Cuando un proyecto nace de las entrañas de alguien, la relación de esa persona con la iniciativa se vuelve única e irrepetible.

Diseñar un sistema para irrumpir en el sector inmobiliario, una aplicación de comidas de venta directa o escribir y publicar novelas por tus propios medios son ejemplos de cosas que nadie se atrevería a intentar, salvo que tuviera una razón potente para hacerlo.

Una necesidad visceral...

La relación con la iniciativa es única porque nace de quien la impulsa; de quien siente la necesidad. Quizás desea más libertad y autonomía en su vida. O descubrir sus límites a nivel tecnológico. O aspira a transformar su pasión en un medio de vida. Y ese profundo deseo, salpicado por las características únicas de quien lo desea —su personalidad, intereses, pasiones y falencias—, hace del vínculo con la iniciativa una novedad.

La relación es irrepetible porque está atada a un momento específico en la vida de quien impulsa la iniciativa. Cuando la necesidad se vuelve imposible de ignorar, es cuando el emprendedor se anima a dar el primer paso. Ya no aguanta más. Le duele más quedarse quieto que arriesgar su economía o su reputación para satisfacer sus deseos. Es cuando se toma ese primer gran riesgo —anunciar el sistema inmobiliario al mundo, coordinar una reunión con un restaurante, publicar tu primer cuento— cuando nace el proyecto, desde las vísceras del emprendedor.

Para masticar nació así. Necesitaba encontrar una forma de emprender que resonara conmigo. Una que reuniera mis intereses, pasiones y habilidades. Que resultara en algo que incluso elegiría hacer en mi tiempo libre, y que nunca se sintiera como un peso o una carga.

Y es eso lo que me dio el combustible necesario para hacer lo que de otro modo no me atrevería: publicar bocados, videos y presentarme en conferencias. La conexión íntima con la iniciativa es fuente de coraje. Pero, a su vez, es un pase libre a la incertidumbre...

Quienes sean padres podrán reconocer algo de todo esto en su vínculo con sus hijos. Cuando nace el primero, pasa algo similar a cuando el emprendedor toma su primer riesgo. Algo dentro del padre se conecta con su hijo, y como consecuencia la mentalidad de ese padre se transforma para siempre.

El vínculo emocional le regalará satisfacción. Momentos de alegría, y también combustible para superar las noches de desvelo y el desorden del hogar. Pero ese mismo vínculo también supondrá una carga mental de incertidumbre.

¿Estará a salvo?
¿Podrá hacer amigos?
¿Estaré siendo un buen padre?

Esa incertidumbre nos acompañará hasta el fin de nuestra vida. Y es así con las iniciativas que impulsamos...

¿A la gente le interesa esto?
¿Será este el enfoque adecuado?
¿Debería escribir más, dar más charlas o grabar más videos?

Por suerte, cada tanto damos con mojones de claridad. Disipamos la neblina.

Y he encontrado que, si bien esos momentos nos inyectan energía y entusiasmo por nuestras iniciativas —y deberíamos estar siempre buscando generarlos (de hecho, es lo que intento lograr mediante estos escritos)—, quiero concentrarme en el mensaje central de este bocado: la neblina vuelve.

Dicho de otra forma, la incertidumbre es y será parte de nuestras vidas.

No hace falta estar emprendiendo, ni liderando un cambio organizacional, ni siquiera tener hijos para sentirla. Al final de cuentas, nuestra vida es una gran iniciativa, y nadie más que nosotros tiene esa conexión con la suya que despierte ansiedad por saber si nuestra trayectoria de vida es la mejor para cada uno.

Y cuando reconocemos a la incertidumbre no como un enemigo del que soñamos desprendernos, sino como alguien con quien tendremos que vivir hasta el fin de nuestros días, podemos empezar a verla de otra manera. Si vamos a convivir para siempre, más vale empezar a entendernos y llevarnos lo mejor que podamos.

Y por ahí, en ese proceso, descubrimos que el amigo incertidumbre tiene información valiosa para nosotros y para la salud de nuestras iniciativas. A veces es quien trae las verdades que no queremos enfrentar. Escucharlo puede resultar aterrador, pero a medida que le vayamos prestando oído se volverá más y más fácil.

Y quizás, con el tiempo, comprendamos que la incertidumbre no es el precio que pagamos por nuestras iniciativas.

Es la prueba de que nos importan.

— Rodri

Para masticar...

¿Cómo te llevás con la incertidumbre?

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