Achicá el dragón

Hace unos días me crucé con La Bestia.
Pasó mientras preparaba una charla para un evento en WyeWorks.
El guion ya estaba listo, pero los días pasaban, la fecha se acercaba, y yo no lograba sentarme a practicar. El cuerpo no respondía a las órdenes.
Estaba bajo los efectos de la cepa sigilosa del Virus de la Posesión. Esa que te vuelve incapaz de hacer lo que tu mente quiere que hagas. Podés escuchar frases como “tendría que ir al gimnasio” o “tengo que practicar la charla”, pero ninguna se traduce en acción real.
No mientras La Bestia te tenga dominado...
Pero algo que aprendí es que los ataques de La Bestia son un síntoma de que algo dentro nuestro necesita ser atendido. Es su forma de alertarnos cuando algo nos tiene ansiosos, nerviosos o aterrados. Hay que aprender a empatizar con el animal y prestarle atención. Solo así podemos dar con la clave para calmarlo.
Lo que hasta ese momento venía disfrazado de procrastinación, entendí que en realidad era otra cosa...
Miedo.
Decir que estoy procrastinando es más fácil que admitir que tengo miedo de hacer algo. Pero eso era lo que realmente pasaba en el fondo (y lo que suele pasar cuando postergamos).
Tenía miedo de practicar. Más precisamente, miedo de no ser capaz de aprender la charla a tiempo. El guion se me presentaba como un dragón de tres cabezas: inmenso y paralizante.
Fue entonces cuando recordé un bocado de Jordan Peterson sobre cómo enfrentar los grandes desafíos de la vida:
Achicás el dragón hasta dar con uno vencible, que te permita avanzar. Y ese te va a dar un poco de oro, proporcional al esfuerzo que hiciste.
Por más mínimo que parezca el progreso, lo bueno es que lo que sumás se acumula de forma exponencial (los fracasos también, por cierto). Una vez que hacés rodar la pelota, puede empezar a tomar velocidad bastante rápido.
Me estaba enfrentando a un dragón invencible. La inmensidad de la tarea —aprenderme la charla completa— era demasiado para mí. Y creo que eso era lo que me tenía enfermo con el virus, pateando para adelante el acto de practicar…
Entonces me pregunté...
¿Cómo puedo achicar el dragón?
Agarré una lapicera y dibujé rayas horizontales para dividir el guion en fragmentos de no más de cinco oraciones. De repente, “tengo que practicar toda la charla” se había convertido en “tengo que practicar cinco oraciones”.
Esa tarea ya no me intimidaba… había desarmado al monstruo. Me enfrentaba ahora a un dragón indefenso, listo para ser conquistado.
“Pero cinco oraciones no es nada… ¡si tengo que aprenderme el guion entero!”
Es cierto…
Pero el efecto inesperado de empezar por algo tan pequeño, que no asusta, es que enciende algo que estaba apagado. Esa chispa interior que te devuelve las ganas de moverte hacia lo que más te importa, y que enciende un fuego capaz de mantener a La Bestia al margen, inmunizándote frente a sus ataques.
Y cuando La Llama arde, practicás tus cinco oraciones, después otras cinco, y así seguís.
Y cuando querés acordar, ya te aprendiste el guion entero.
Para masticar...
¿Qué podrías achicar hoy para empezar a moverte?
Video relacionado. ¿Ya te suscribiste a mi canal en YouTube?