Virus de la posesión

A fines del año pasado dejé de ir al gimnasio.
Los argumentos para justificar mi desliz fueron los sospechosos de siempre: las fiestas y las vacaciones. Pero, a casi tres meses de mi último press, sigo acá, marcando cada vez más hondo en el asiento de mi silla giratoria la huella de mis nalgas. Y aunque pienso “Tengo que ir al gimnasio” y comprendo los beneficios asociados, mi cuerpo no acata.
¿Qué me pasa?
Cuando alguien entra en “modo bestia”, es como si estuviera poseído por una fuerza sobrenatural. Florece una versión oscura y descontrolada: el jugador de fútbol reaccionando ante la patada criminal de su rival, o cuando los gritos de un niño hacen saltar la térmica a su padre. Si tenés el privilegio de presenciar a la persona en el momento exacto —el límite entre "todo iba bien" y "la ira total"—, podés ver con tus propios ojos la transformación.
O mejor dicho... la infección.
La infección del Virus de la posesión puede ser momentánea, como la que provoca la reacción explosiva del futbolista. En algunos casos, incluso puede ser anticipada, como cuando el padre toma conciencia de que “se viene La Bestia” al sentirla rugir dentro de su cuerpo, anunciando su despertar. Pese a estar advertido, no siempre logra controlarla a tiempo; a veces por falta de habilidades (¿Cómo calmo eso que ruge?), otras por falta de ganas (Me tiene podrido este niño...).
Sin embargo, hay infecciones que se resisten a desaparecer, arraigándose con firmeza en lo más profundo de nuestro ser. Causan síntomas variados, entre ellos pereza, procrastinación compulsiva, desmotivación recurrente o inescapables círculos de negatividad. En estos casos, La Bestia no está rugiendo... pero sigue al mando. No es un demonio furioso, sino un parásito silencioso. No grita, pero te susurra excusas. No empuja, pero te deja inmóvil. No te arrastra, pero tampoco te deja avanzar.
La Bestia está oculta debajo de la cama.
El exabrupto momentáneo es ruidoso y llamativo, imposible de ignorar. Pero la haraganería crónica o la fijación recurrente en lo negativo suelen contaminar nuestras vidas con un virus que no nos deja ver con claridad la fuente real de nuestro accionar. Un parásito silencioso que dificulta el diagnóstico.
Y así lo sé... tengo el virus.
“Poseído por La Bestia”.
Una posesión sostenida y sigilosa. No explosiva. Pero de la que, por suerte, he tomado conciencia. Llegar al diagnóstico, detectar el virus en nuestro cuerpo, es el primer paso para calmar a La Bestia y reencontrarme con las pesas.
Ahora surge otra pregunta...
¿Cuál es la cura?
Para masticar...
¿Qué tan fortalecido está tu “sistema inmune” para resistir otra infección de La Bestia?