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Del reposo a la persecución

Del reposo a la persecución
Probando guitarras en Nueva York. Año 2014.

Cada tanto ocurre algo que despierta las ganas de retomar una vieja pasión. Fue justo lo que pasó el domingo pasado.

Toco la guitarra desde hace 20 años. Aún recuerdo algunos de mis primeros pasos con el instrumento: romper una cuerda de la Fender de mi hermano en un intento frustrado de afinación, producto de ajustar demasiado la clavija incorrecta, y uno de mis mejores amigos preparando tablaturas en clase para luego entregármelas en el recreo. La destreza de mi hermano, demostrada cada vez que tocaba “Sultans of Swing” a la perfección, y la facilidad de mi amigo para improvisar el blues fueron enormes fuentes de inspiración. Esto me proporcionó el combustible necesario para emprender una nueva persecución: convertirme en un gran guitarrista.

Durante varios años, viví pegado al instrumento. Si no estaba durmiendo o estudiando, estaba practicando en cualquier lugar. En el sillón mientras miraba televisión, en la mesa mientras cenaba, o encerrado durante horas en mi cuarto, improvisando sobre algún backing track. Estaba completamente inmerso en el mundo de las seis cuerdas.

El paso del tiempo trajo una nueva gama de intereses, dando lugar a nuevas persecuciones y reduciendo las energías dedicadas al objetivo guitarrístico en los últimos años. Ya no estaba persiguiendo, estaba reposando.

Pero cada tanto, ocurre algo que reaviva la chispa...

Me enteré de que venía a tocar a Uruguay un tal Chris Cain. A pesar de ser fanático del blues, y de que es casi lo único que toco en mi guitarra, nunca había oído ese nombre. El anuncio indicaba que tocaría en la Sala Zitarrosa, un lugar que goza de buena acústica, junto a dos grandes músicos uruguayos, Juan Pablo Chapital y Martín Ibarburu, por lo que pensé: “Esto no puede fallar”. Le comenté a mi padre y enseguida compramos entradas para el espectáculo.

El concierto comenzó sin rastros de Cain, con dos canciones interpretadas por el cuarteto de Chapital a modo de abreboca. Luego, la banda cambió el ritmo a una “tonada de presentación”, y fue Chapital quien se encargó de llamar al escenario al artista más esperado...

“¡Con ustedes, Chris Cain!”.

Cinco largos segundos después, la silueta del guitarrista emergió desde las cortinas rojas del escenario.

Veterano, de 68 años, despeinado y vestido como jardinero. Si te lo cruzaras por la calle, pensarías que te has topado con un obrero de la construcción en su hora de descanso. Es el típico estadounidense que imaginarías pasando el día sentado en una silla en el porche de su casa, balanceándose con una ramita de maíz entre los dientes. Se colgó la guitarra y tocó su primera nota de la noche.

Chris Cain en la Sala Zitarrosa. Foto de Diego Vila.
“¡Cómo suena esa viola!”

La energía en la sala cambió por completo. El sonido de la Gibson ES-335 y la presencia escénica del maestro me hipnotizaron al instante. Creo que hasta el mismísimo Zitarrosa resurgió de su tumba y ocupó un lugar en la tertulia.

Años invirtiendo en mejores guitarras, amplificadores y pedales me llevaron a la realización de que el sonido, por más extraño que suene, “está en los dedos”. Cain fue la prueba: tocaba solamente con un cable, sin pedales y viajaba sin afinador. Las mismas notas que en mis dedos suenan insulsas, en los de Chris sonaban aliñadas con sal rosada, pimienta negra y aceite de oliva extra virgen.

Lo que viví el domingo me sacudió. Me recordó que había quedado a medio camino en mi viaje guitarrístico y me ayudó a reconectar con los sentimientos que impulsaron mi persecución dos décadas atrás. Chris Cain, con su precisión al estirar las cuerdas, su manejo de las perillas de volumen de la guitarra, y la pasión y naturalidad con que tocaba el instrumento, me permitió ver con ojos frescos el objetivo que había estado persiguiendo durante tanto tiempo.

Esa noche, el guitarrista en mí retomó su persecución.

Para masticar...

¿Qué te motivó a reactivar alguna vieja persecución?