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Cuando me transformo en Usain Bolt

Cuando me transformo en Usain Bolt
Foto por Patrick Tomasso.

La última vez que le diste paso a un peatón, ¿cruzó corriendo?

El martes pasado, mientras manejaba hacia la oficina, la voz de Robert Cialdini se oía desde los parlantes de la camioneta. Un leve olor a humedad llenaba la cabina, vestigio de un paraguas olvidado la noche anterior. Bajé mi ventanilla unos pocos milímetros, dejando que un hilo de aire frío se colara con timidez, y la del acompañante la bajé algunos centímetros, como para equilibrar mi tendencia a ser friolento.

En la esquina siguiente, vi a un señor parado en el borde de la vereda, como si sus dedos descalzos pudieran abrazar el cordón. Quería cruzar. Al ver el cartel de “Ceda el Paso”, decidí reducir la velocidad y, a medida que el auto se fue deteniendo, la mirada del señor revelaba una creciente emoción, anticipando la parada completa del vehículo. Establecí contacto visual, levanté mi mano derecha y, extendiendo la palma, gesticulé con un movimiento parecido al de un escritor que empuja el carro de su máquina de escribir, para indicarle que cruzara. El señor me devolvió el saludo con la mano, esbozó una mueca y deslizó los pies hacia el asfalto.

Tras dos pasos en la calle y con dos metros aún por delante, el señor comenzó a trotar de manera inesperada. Su cambio de ritmo fue tan repentino como el de Usain Bolt al sonido del disparo en los 100 metros, aunque su estilo se asemejaba más al trote ligero de un futbolista amateur en un calentamiento. “¿Por qué corre, señor?”, me pregunté perplejo mientras observaba lo que ocurría. Un segundo después, tras superar un leve tropiezo, el hombre llegó al otro lado y continuó su camino.

Si por las reglas de tránsito me correspondía detenerme para cederle el paso, y si él sabía que tenía derecho a cruzar, ¿por qué aceleró el paso? La escena seguía rondando en mi cabeza y la voz de Cialdini se había convertido en un mero ruido de fondo.

A pesar de lo llamativo de la situación, me siento muy identificado con ese señor. Yo actúo de la misma forma. Como peatón, cuando alguien me cede el paso, me siento como si me estuvieran haciendo un favor. Aunque las normas de tránsito indiquen lo contrario, la realidad es que pocos conductores siguen al pie de la letra la instrucción de ceder el paso. Esto termina moldeando nuestra expectativa hacia lo más habitual: que los conductores no se detendrán.

“Las personas sienten la necesidad de retribuir a aquellos que les han ofrecido algo primero”.
Robert Cialdini

Cuando estoy en la esquina y, de forma inesperada, un conductor detiene su vehículo y me invita a pasar, me siento agradecido. Hizo más de lo que esperaba. Esta gratitud desencadena el primer principio de persuasión que Robert Cialdini describe en su libro “Influence: The Psychology of Persuasion”: la reciprocidad.

Si un amigo te invita a su fiesta, tienes la obligación de invitarlo a una fiesta futura que organices. Si un colega te hace un favor, entonces le debes un favor a ese colega. Y en el contexto de una obligación social, es más probable que las personas digan que sí a quienes deben”.

Cuando un conductor me cede el paso, me siento instantáneamente endeudado y agradecido; me lanzo en una carrera para ahorrarle esos angustiantes cinco segundos de espera. Le devuelvo el favor, como hizo el hombre que trotó delante mio.

¡Biiiip-biiiiiiiip!

Un insistente bocinazo me sacó de mis reflexiones. Mi auto seguía detenido, obstaculizando el paso a otros tres vehículos que aguardaban detrás. Con una disculpa silenciosa, pisé el acelerador y retomé mi camino, ahora con la voz de Cialdini reclamando, merecidamente, toda mi atención. Cinco cuadras más adelante, la curiosidad resurgió...

¿Y qué hago cuando me ceden el paso en una esquina común, sin señales de tránsito?

Ahí sí, largo y corro como Usain Bolt.

Para masticar...

¿Qué tan seguido sos vos quien da primero?