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El jinete español

El jinete español
Créditos: Neil Tilbrook, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons

Cerca de las 19 horas locales, Carlos Alcaraz se desplomaba sobre el césped de la cancha central del All England Club. Había logrado el título de Wimbledon tras casi 5 horas de intensa lucha. Al otro lado de la red, Novak Djokovic, el máximo ganador de torneos de Grand Slam, lo esperaba para felicitarlo. El español, 16 años menor que su oponente, selló el último set con la solidez y autoridad propias de un veterano del deporte.

Sin embargo, cuatro horas antes, el escenario se presentaba desolador para el joven tenista: había perdido el primer set por 6 a 1. Visiblemente nervioso durante los primeros juegos del encuentro, era inevitable pensar que el desafío lo había superado. En efecto, pocas semanas antes, Alcaraz fue víctima de sus propios nervios frente al serbio, cuando los imprevistos calambres afectaron su rendimiento en las semifinales del Grand Slam parisino.

¿Cómo logró Alcaraz salir de esa situación y evitar repetir la historia?


En el tenis, así como en numerosos aspectos de la vida, el éxito radica en buena medida en la habilidad de gestionar nuestras emociones. Los campeones recurrentes son aquellos que, con el tiempo, han aprendido a desarrollar esta destreza. Si bien el estilo y la técnica pueden diferir entre un jugador y otro, todos poseen en común la capacidad de controlar sus impulsos emocionales, canalizándolos de manera efectiva.

Para entender este aspecto, vale la pena recurrir a una ilustrativa analogía que los antiguos griegos utilizaban: la del jinete y su caballo. El caballo representa nuestras emociones, siempre fluctuantes y en movimiento, mientras que el jinete simboliza nuestra razón, cuya tarea es guiar ese impulso emocional. La meta no es reprimir al caballo, sino aprender a conducirlo.

Alcaraz olvidó las riendas en el vestuario y sufrió las embestidas de un caballo salvaje, ansioso por escapar. Sin embargo, en el segundo set el jinete despertó, tomó las riendas y comenzó a dominar a la fiera. Cada punto que obtenía le otorgaba un grado adicional de respeto por parte del corcel, permitiendo al jinete ajustar aún más la tensión de las cuerdas. Al acercarse el final del partido, la confianza era recíproca. El caballo seguía al jinete, que conseguía dirigir el galope del equino hacia la victoria.

Claro que no siempre se puede tener un control absoluto sobre el caballo, nuestras emociones pueden ser impredecibles y descontroladas. Lo que realmente cuenta, y lo que Alcaraz demostró con maestría, es la capacidad de retomar el control, de volver a tomar las riendas. Como en la vida misma, el éxito no se mide por las veces que se pierde el control, sino por las veces que se logra retomarlo y seguir adelante. Y eso, en definitiva, es la lección que el español nos transmitió en la final de Wimbledon.

Para masticar...

¿Qué hacés cuando sentís que perdés el control?